Reflexiones sobre la Independencia

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La madrugada del 16 de septiembre, el afamado cura Miguel Hidalgo y Costilla (con sus tantísimos nombres más), irrumpió la sobriedad de Bajío, levantándose en armas en contra del “gobierno español que nos subyugaba” desde hace siglos. Y aunque la consumación de aquella lucha se dio hasta el 27 de septiembre de 1821 con la entrada triunfante del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, Hidalgo habría de ser recordado como el padre de la patria.

No obstante, aunque año con año los mexicanos tomamos esta fecha para festejar la independencia, a decir verdad, caemos en incontables contradicciones que, en la mayoría de los casos, pasan desapercibidas por la percepción popular. La pregunta es entonces ¿sabemos realmente qué estamos celebrando? Probablemente nuestra emoción nos nuble de cualquier consciencia histórica.

Lo cierto es que, a lo largo de los años y con el paso de las generaciones hemos celebrado con una máxima casi inquebrantable: Miguel Hidalgo es el padre de la patria y nos liberó de España. Teniendo en cuenta lo anterior, el propósito de este texto no es derrumbar héroes ni desmitificar historias nacionales, es más bien, invitarlos a reflexionar sobre quiénes verdaderamente somos los mexicanos.

Así pues, si la madrugada del 16 de septiembre de 1810 comenzó la búsqueda de la liberación del yugo español ¿por qué el cura Hidalgo gritó “viva Fernando VII rey de España?” Primera contradicción hallada y es que, no podemos olvidar que, durante aquellos años, España había sido derrotada y tomada por los franceses quienes, a través de las Reformas Borbónicas, pretendían extender las máximas liberales construidas a lo largo de su sangrienta Revolución Francesa, que también, estrictamente, quizás no haya sido una revolución social. Pero, enfocándonos en temas nacionales, los grandes líderes del Virreinato, como el propio Hidalgo, por supuesto que se veían afectados por esta normativa que buscaba una supuesta nueva pluralidad democrática en la sociedad, restándoles poder y control que mantuvieron durante años.

Fue así que, Don Miguel Hidalgo, viéndose lastimado por este nuevo gobierno afrancesado, decidió sublevarse junto a una población que había convencido de luchar por un futuro mejor. Desafortunadamente, el cura es la chispa inicial del incendio, pero éste se apaga rápidamente, siendo asesinado a los pocos meses. El gran padre de la patria duro apenas diez meses en el combate de una lucha que duró once años.

Ante la ausencia de liderazgo, apareció un hombre cercano a Hidalgo, otro cura, pero con formación militar: José María Morelos y Pavón, personaje importantísimo y ninguneado durante tantos años, quizás por haber tenido orígenes afros. Y entonces, con la invención vil de una migraña que le aquejaba, motivo por el cual utilizaba ese paliacate en la cabeza, uno de los hombres más importantes para dicha causa -que comenzó a darle una verdadera dirección al combate y un propósito de identidad nacional- es más bien recordado por ser el rostro (bien tuneado) del antiguo billete de 50 pesos y por ser el hombre del paliacate y las jaquecas. Morelos, en cambio, lideró como ninguno en aquel momento la causa insurgente, recuperó lo que Hidalgo no pudo controlar y además trazó el primer intento de constitución en los “Sentimientos de la Nación” en 1813, texto mismo que inspiraría la primera constitución, la de Apatzingán en 1814.

Posteriormente y como es costumbre en México, la ironía le golpearía los talones, cuando el Congreso que él mismo construyó, lo habría de mandar al matadero en Acapulco, para ser capturado en Puebla y fusilado en el actual Estado de México. La ironía comenzaba a hacerse presente como una constante en la historia de nuestro país; o tal vez, desde siempre.

De Francisco Xavier Mina, ni hablemos, que cómo un hombre nacido en Navarra, España, podría ser un héroe de la independencia. Así que, mejor olvidarlo; nos han dicho en las escuelas. Y luego, llegar con el verdadero traidor, el casi innombrable Agustín de Iturbide; uno de esos villanos que podría caber en el bando de los rudos en la Lucha Libre mexicana. En la historia que nos han contado, por el bando de los rudos, de esos que arrancan máscaras y cabelleras, hallamos también a Antonio López de Santa Anna, a Porfirio Díaz y por supuesto, el mayor de los villanos, el jefe máximo del último nivel del videojuego, casi a manera de abraxas o incubo: Hernán Cortés. No obstante, si revisamos a precisión y dejamos de lado aquellos juicios que nos construyeron desde el aula y que tanto daño nos han hecho para conceptualizar nuestra identidad, tal vez no sólo exoneraríamos a estos personajes del purgatorio en el que han vivido en la historia de México; quizás y sólo quizás, podríamos verlos con otros ojos, como seres humanos -y no como villanos ni héroes- que, con sus aciertos y tropiezos, hicieron de nuestro país, este territorio con población tan diversa y plural de la que nos orgullecemos. “El México de aquellos hombres, era mejor que el nuestro”, dicen algunos.

Pero, volvamos a Iturbide, el hombre “rico” -y enfatizo rico porque, en este país nos han dicho que ser rico es ser malo- que puso fin a una sanguinolenta guerra de once años donde los propósitos liberales se habían perdido y decidió abrazarse en Acatempan con Vicente Guerrero para consolidar justamente lo que México debería ser: un pueblo distinto, pero unido; en la diversidad está nuestra riqueza. Luego, corearon su nombre y lo forzaron a convertirse en Emperador tras las negativas de Fernando VII de convertirse en el líder máximo del nuevo país independiente. Lo subsecuente es la ironía, el Congreso en el que Iturbide confió lo traiciona y lo obliga a huir a España. Posteriormente vuelve al enterarse de una inminente invasión extranjera; es capturado y fusilado por esos mismos hombres por los que luchó en sus orígenes y a los que juró defender con su regreso.

Y ahí terminan nuestra triste historia independentista. Vicente Guerrero correría con una suerte similar después y Antonio López de Santa Anna, el general que defendió Veracruz hasta la muerte, es recordado por ser el mismísimo vendepatrias. Pero nosotros, seguimos festejando algo que probablemente no entendamos del todo, porque se nos inculcó a rajatabla, y celebramos una independencia que surgió con motivos absolutamente distantes de los que nos han hecho creer.

Mientras continuamos con esta labor de cuestionamiento y reflexión, ¡brindemos por los héroes que nos dieron patria! Festejemos el ser mexicanos con trajes de charro español y celebremos la independencia vestidos de “adelitas”, íconos de lo que ocurriría cien años después en la revolución. Digamos ¡viva México! ¡Viva Hidalgo, la Virgen de Guadalupe y Juárez! ¡Muera Cortés, Porfirio e Iturbide! Y, sobre todo, digámoslo en español, en castellano, la lengua que nos unió como pueblo y permitió el amor entre indígenas y conquistadores, para que naciera nuestra raza. ¡Viva México!


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