Onyeka Nwelue; la excepción que desmiente la regla colonial

- COLUMNA: Cultura de tanto en cuando
Hay algo profundamente incómodo —casi obsceno— en la biografía de Onyeka Nwelue. No por sus logros, que son formidables, sino por lo que estos logros revelan sobre nuestras expectativas tácitas. Porque cuando un hombre de origen nigeriano dirige premios simultáneos en universidades como Oxford y Cambridge, publica cuarenta libros, produce cine en diferentes lenguas, crea obras musicales y funda centros culturales transnacionales, lo que colapsa no es solamente la narrativa del “talento excepcional”, sino la arquitectura ideológica que sostiene nuestras geografías mentales del conocimiento.
Nwelue es un polímata. Y los polímatas, esos personajes renacentistas que dominan múltiples disciplinas con igual maestría, se supone que pertenecen al pasado europeo: ejemplos varios, bastan. La modernidad académica, con su obsesión por la especialización fragmentaria, nos ha convencido de que la erudición horizontal ya no es posible. Y cuando sí ocurre, esperamos encontrarla en los corredores de las universidades anglosajonas o en los salones intelectuales de las grandes capitales europeas. Sin embargo, ante nuestro pensamiento apegado a las construcciones coloniales, nos sorprende hallar esas características del polímata en un hombre que su juventud haya sido forjada por las calles de Ehime Mbano, Bayelsa, Lagos o Abuja.
La ironía histórica es brutal: las mismas instituciones que durante siglos legitimaron la inferioridad intelectual africana como fundamento del proyecto colonial, hoy han alojado a un académico que no solamente domina sus códigos, sino que los trasciende. Nwelue no es simplemente un “intelectual africano exitoso en Occidente”, esa categoría condescendiente que utilizamos para celebrar la “diversidad” sin cuestionar las estructuras. Es algo mucho más desestabilizador: un creador que se mueve con igual autoridad en el cine, la literatura, la música, la academia y la gestión cultural, desmontando en el proceso la idea misma de que existe una forma única —y occidental— de producir conocimiento legítimo.
Cuarenta libros publicados. Detengámonos en ese número. En un ecosistema editorial que sigue privilegiando las voces metropolitanas, donde un escritor africano debe luchar contra el exotismo etnográfico o el testimonialismo victimista para ser tomado en serio, Nwelue ha construido una obra que incluye ficción criminal galardonada, biografías cinematográficas y narrativa en lenguas africanas. The Strangers of Braamfontein, descrito por Wole Soyinka —sí, el Premio Nobel— como “atrevido”, no es un dato menor, es la confirmación de que existe una tradición intelectual africana que se evalúa a sí misma con criterios propios, sin esperar la validación paternalista del Norte Global.
Pero lo verdaderamente subversivo en la trayectoria de Nwelue es su trabajo cinematográfico en igbo. En un mundo donde Hollywood y el cine europeo siguen siendo considerados el estándar de calidad, donde las lenguas africanas son vistas como “dialectos” pintorescos o vehículos de folclor, filmar narrativas contemporáneas en igbo es un acto de insurgencia epistemológica. Agwaetiti Obiụtọ, su adaptación de Island of Happiness, no es simplemente una película en lengua africana, es la demostración empírica de que la sofisticación narrativa no tiene idioma hegemónico, de que las historias complejas pueden articularse perfectamente en las lenguas que la modernidad colonial intentó relegar al ámbito doméstico.
Las nominaciones en los Africa Movie Academy Awards y el triunfo en Newark no son meros reconocimientos industriales. Son la evidencia de que existe un ecosistema cultural africano con sus propios parámetros de excelencia, sus propios circuitos de legitimación, sus propias audiencias críticas. Y cuando en 2024 su biografía de Emeka Ojukwu llega al Festival de Toronto, lo que ocurre es un cortocircuito simbólico: las historias africanas, contadas desde perspectivas africanas, en lenguas africanas, ocupando los espacios donde tradicionalmente solo se proyectaban las narrativas que Occidente considera dignas de atención global.
Ahora bien, uno podría ejercer el escepticismo conveniente y preguntarse si todo este recorrido institucional de Nwelue no representa simplemente la cooptación del talento africano por las estructuras académicas coloniales. Y la pregunta sería legítima. Pero hay una diferencia fundamental entre ser instrumentalizado por el sistema y utilizarlo.
estratégicamente para construir plataformas propias. El Africa Center México que Nwelue fundó en la ciudad de Puebla, no es una sucursal del pensamiento europeo trasplantado a suelo latinoamericano, en realidad, ha sido un espacio de articulación Sur-Sur, un puente intelectual que cortocircuita la mediación obligatoria del Norte.
Lo que Nwelue representa, en última instancia, es la demolición de una ficción que hemos sostenido durante demasiado tiempo: que la excelencia intelectual, la creatividad multidisciplinaria y la sofisticación cultural tienen geografía. Que hay lugares donde se piensa de verdad y lugares donde se repite. Que hay lenguas para la filosofía y lenguas para el mercado. Que hay tradiciones dignas de universalidad y tradiciones confinadas a lo particular.
La verdadera incomodidad que produce una figura como Onyeka no radica en sus logros individuales —que son impresionantes pero, al final, individuales— sino en lo que su existencia implica: que hay miles de Nwelues potenciales cuyas voces nunca escucharemos porque el sistema global del conocimiento sigue estructurado para amplificar ciertas geografías y silenciar otras. Que la “excepcionalidad” de Nwelue es, en realidad, el producto de un accidente: el haber encontrado las grietas en un muro diseñado para excluir.
Quizá la lección más incómoda que nos deja este polímata nigeriano es la más simple: que cada vez que celebramos a un “intelectual africano excepcional”, estamos confirmando implícitamente que consideramos la norma exactamente lo contrario. Y hasta que no desmantelemos esa lógica, hasta que no dejemos de sorprendernos de que alguien nacido en Nigeria pueda navegar Oxford, hacer cine, hacer jazz y escribir cuarenta libros, seguiremos siendo prisioneros de las mismas jerarquías coloniales que creíamos haber superado.
Nwelue no es la excepción que confirma la regla. Es la evidencia de que la regla misma es una impostura.







Javier Gutiérrez Lozano






