Las Batallas de lo Ordinario

¿Y si dejamos de menospreciar nuestras victorias?

Cada 5 de mayo festejamos la Batalla de Puebla, aquella en la que el ejército del general Zaragoza combatió y venció heroicamente al ejército francés. Muchas cosas pasaron después de ese acontecimiento, y muchos han querido —y quieren— demeritar lo heroico de ese episodio de nuestra historia. Los argumentos son varios: que fue un golpe de suerte, que se ganó la batalla pero no la guerra, y que al poco tiempo los franceses ocuparon Puebla. Vale la pena ser menos pesimistas con nuestra historia, para poder festejar y sentirnos orgullosos de las victorias que hemos tenido como país.

Quizá parece “buena onda” negar la historia oficial, que —como ya he repetido en este espacio— tiene como finalidad exaltar los hechos históricos y personajes por los que debemos sentirnos orgullosos. La historia nos da identidad; gracias a ella hemos podido crear la unión suficiente para, como país, salir adelante. La historia oficial debería dejar atrás el maniqueísmo y ayudarnos a reconciliarnos con nuestro pasado. Parte de eso es reconocer de dónde venimos, cómo lo construimos y hacia dónde vamos.

¿Por qué es tan valiosa, o por qué es tan importante, la Batalla del 5 de mayo? Imagínense que, siendo un país con las limitaciones que el nuestro tenía en sus primeros años de independencia, logró armar un ejército de 5,000 soldados (según distintas fuentes), bajo el liderazgo del joven Ignacio Zaragoza (quien tenía 33 años el día de la batalla), y vencer al ejército más poderoso del mundo en ese momento: el ejército francés, que contaba con 6,000 soldados y superioridad numérica y tecnológica. Dimensionemos esto y estemos orgullosos de lo que pasó en los Fuertes de Loreto y Guadalupe. En 1862, el mapa geopolítico hizo tan importante esta batalla que, incluso en Estados Unidos, la festejan como una victoria propia. La victoria mexicana, sin duda, trascendió en la historia universal.

Habrá que otorgarle la importancia debida a las batallas que día a día ganamos todos los mexicanos, por pequeñas que parezcan: desde vencer las adversidades cotidianas, por simples que sean, hasta hacer las cosas ordinarias con la alegría característica del mexicano. Debemos reconciliarnos con quienes somos, y eso implica hacerlo también con nuestra historia. Dejar atrás el maniqueísmo significa reconocer también aquellos triunfos de nuestro joven Estado mexicano. Hasta entonces.

COMENTARIO AL AIRE

Como he insistido en este espacio, muchos actores políticos han querido librar una batalla de guerra sucia y argumentos falaces. Porque digo que son falaces, pues porque utilizan premisas probablemente verdaderas, llevando con argumentos débiles a conclusiones que sin duda faltan a la verdad y por supuesto con una clara intención de engañar a los receptores de esa información. Este tipo de manipulación no es exclusiva de la política, pero al ser esta la forma de consecución del bien común lo hace más peligroso.