De la Política, las Montañas y la Caridad

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La política no tiene sentido si no es en razón del servicio al otro.

Mi hijo me pidió que, en el texto que comparto con todos ustedes cada semana, hablara sobre las montañas, ya que quedó impactado por las maravillas de la creación. Como soy un apasionado de la política, intentaré hacer algunas analogías entre la montaña y la política.

En la gran novela de Carlos Fuentes “La silla del Águila”, Séneca, consejero del presidente Lorenzo Terán, en alguna de las cartas que le dirigía, le decía: “La política no es el arte de lo posible. Es el grafito de lo impredecible. Es el garabato de la fatalidad”. En esta ocasión, no puedo estar más en desacuerdo con uno de los gigantes de la literatura hispanoamericana. Prefiero quedarme con que “la política es el arte de lo posible”, como bien lo dijo el “Canciller de Hierro”, Otto von Bismarck.

Para exponer las razones por las cuales me quedo con la definición de Bismarck, utilizaré, como ya les dije (y le prometí a mi hijo), la montaña.

Así como al subir una montaña —a pesar de lo impredecible que pueda ser—, en la política también hay que confiar en tu equipo. Aunque el clima o los factores humanos sean cambiantes, cuando vas subiendo, tienes que poner tu confianza en los que te acompañan. Si lo haces, las probabilidades de alcanzar la cima o llegar a la meta aumentan considerablemente.

En la montaña y en la política se pueden tener caídas, algunas más fuertes que otras. Hay que tener fortaleza para saberse levantar, humildad para reconocer las fallas y paciencia para poder recuperarse y seguir en el camino. Mientras no sean fatales, siempre es posible sobreponerse.

En la política —y también en la montaña— hay que estar preparados para lo que venga, sin ser pesimistas (porque, como ya dijimos, eso es de mediocres), pero sí previendo tanto lo mejor como lo peor: todos los escenarios. Una fuerte lluvia o un día soleado, ambos climas tienen sus retos. Habrá que seguir lo planeado, seguir las instrucciones y, en su caso, actuar con estrategia para elegir el plan que se adapte mejor al momento.

En la política y en la montaña no hay que echar de menos el descenso. Hay que estar preparados y no confiarnos. No siempre puedes estar en la cima; siempre llegará el momento de bajar. Procura que sea con el mismo equipo con el que subiste.

Pero el realismo de la definición de Otto von Bismarck también debe contener un poco de ideales. Para quien esto escribe, la política siempre tiene que estar de cara a la caridad. Entendiendo la caridad como la concebía Benedicto XVI en su encíclica Deus Caritas Est, cuando decía que “el amor no es un sentimentalismo superficial. Es una manera de vivir profundamente comprometida con el otro.” La política es ese arte de lo posible al servicio del otro; sin ello, deja de tener sentido hacer lo posible. ¿Como, para qué?

Apunte al aire

Se dice mucho sobre la gobernabilidad. Nos llenamos la boca hablando de ella —vaya, se hacen muchas cosas en su nombre. Francis Fukuyama afirma que “un Estado fuerte es aquel que puede planear, ejecutar políticas y hacer cumplir leyes con eficacia”. En resumen, queridos lectores, eso es la gobernabilidad.

Independientemente de los elementos que la integran —como la legitimidad, la capacidad institucional, la participación ciudadana, el consenso y el diálogo, la transparencia o el combate a la corrupción— la gobernabilidad es impensable sin un Estado de derecho que esté basado en la justicia. Si no se puede dar a cada uno lo que le corresponde, ¿cómo podría un Estado cumplir con sus demás funciones?

Ya lo decía también Benedicto XVI, ahora en su encíclica Caritas in Veritate: “La justicia es la expresión mínima de la caridad.” Por eso les digo que la política debe estar de cara a la caridad. Sin esto, no solo pierde sentido: incluso puede perder su viabilidad.


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