La innovación en México: Un desafío y una oportunidad

En la economía del conocimiento, la innovación no es opcional, es una condición esencial para la supervivencia y el crecimiento de las personas, las empresas y los países. Las naciones que lideran la innovación hoy no solo son más competitivas, sino también más resilientes, más inclusivas y más capaces de generar bienestar para su población. En este contexto, México enfrenta una disyuntiva histórica. O se convierte en una nación que, apuesta decididamente por la innovación, o continuará dependiendo de modelos económicos tradicionales cada vez menos eficaces frente a las exigencias del nuevo orden global.
El Índice Mundial de Innovación 2024, elaborado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), nos ofrece un diagnóstico claro. México ocupa el lugar 56 entre 133 economías evaluadas, un avance de dos posiciones respecto al año anterior. Si bien este progreso es alentador, también nos muestra con crudeza la magnitud de la brecha que nos separa de los países líderes en materia de innovación. No es solo un tema de ranking, es un reflejo de nuestra capacidad (o incapacidad) para articular un ecosistema que transforme conocimiento en valor, y talento en desarrollo.
A nivel regional, México se mantiene como el tercer país más innovador de América Latina, detrás de Chile y Brasil. Esta posición reafirma nuestra relevancia en el contexto latinoamericano, pero también revela un estancamiento,tenemos el potencial, pero no lo estamos explotando plenamente. Existen y persisten obstáculos estructurales que limitan nuestras capacidades, una institucionalidad débil, una infraestructura insuficiente, escasa inversión en capital humano especializado y una desconexión preocupante entre el sector académico, el sector productivo y el gobierno. México no figura aún entre los 100 clústeres de innovación más relevantes del mundo. Esa ausencia es significativa y simbólica. Muestra que aún no logramos consolidar espacios geográficos o virtuales donde la ciencia, la tecnología, el financiamiento y el emprendimiento se articulen con velocidad y visión de futuro.
Frente a este panorama, el papel del Estado es ineludible. México necesita una política pública que deje de ver la innovación como un accesorio y la entienda como una política de Estado, que sea transversal, continua, con visión de largo plazo y blindada contra los vaivenes sexenales. Sin embargo, el gobierno no puede ni debe actuar solo. La transformación que México necesita exige una alianza profunda con el sector privado, con las universidades, con las organizaciones de la sociedad civil y, de manera muy particular, con los organismos empresariales que representan a miles de empresas mexicanas, grandes y pequeñas.
La participación de cámaras empresariales, consejos industriales y agrupaciones sectoriales es clave para que la innovación no se quede en el discurso. Estas organizaciones tienen la capacidad de articular necesidades comunes, generar economías de escala en inversión tecnológica, promover clústeres de innovación en regiones estratégicas y acercar a las pequeñas y medianas empresas (que son la mayoría en nuestro país) a procesos de transformación digital. Además, cuentan con la legitimidad y la experiencia para participar en el diseño de políticas públicas y en la evaluación de su impacto. Cuando las políticas se construyen con quienes están en el terreno, su efectividad se multiplica.
Es urgente que México fortalezca su tejido institucional, pero también que invierta de forma decidida en talento. El rezago en formación de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) es alarmante. Si no formamos a las nuevas generaciones en estas disciplinas desde la educación básica, no podremos competir en los sectores que definirán el futuro: inteligencia artificial, biotecnología, energía limpia, economía circular, entre otros. Este desafío debe ser asumido no solo por las autoridades educativas, sino también por las empresas y organismos empresariales que pueden fomentar becas, programas de mentoría, capacitación técnica y formación dual.
También es hora de repensar la relación entre el sector público y la innovación. El gobierno debe dejar de ser un mero regulador para convertirse en un promotor activo del cambio tecnológico. Eso implica crear fondos público-privados para financiar innovación en sectores estratégicos, desarrollar zonas de innovación con incentivos fiscales y regulatorios, y aplicar tecnologías emergentes como inteligencia artificial o blockchain en la mejora de los servicios públicos. El Estado puede y debe innovar también, y su ejemplo es fundamental para impulsar una nueva cultura institucional que haga más ágil y más eficiente la forma en que interactuamos con las autoridades.
México tiene lo necesario para posicionarse como líder en innovación en América Latina. Tiene talento, creatividad, diversidad económica y una ubicación estratégica en la economía global. Pero para transformar ese potencial en resultados se requiere liderazgo, decisión y una visión compartida entre el gobierno, la iniciativa privada y el ecosistema académico. La innovación no debe ser solo una palabra en discursos o estrategias de marketing institucional. Debe ser una práctica viva, cotidiana y sistémica.
Hoy más que nunca, necesitamos una narrativa de país que convoque a todos los actores a construir juntos un futuro donde el conocimiento sea el principal activo, y la innovación, el lenguaje común. Porque innovar no es solamente mejorar. Innovar es decidir no quedarnos donde estamos, no conformarnos. Es tener el coraje de cambiar para transformar, de tomar riesgos y encontrar la fórmula para la prosperidad compartida y el bienestar social.