Atlixco con miedo: la inseguridad que Ariadna Ayala no quiere ver

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Atlixco dejó de ser un pueblo que respira flores y turismo para convertirse en un municipio que respira miedo. El segundo periodo de Ariadna Ayala Camarillo como alcaldesa llega al primer año con un dato que no admite matices: sube la incidencia delictiva, crecen los robos a casa habitación y la ciudadanía vive a salto de mata. No es percepción; es experiencia cotidiana, es el candado cambiado por tercera vez, la reja que ya no alcanza, el portón que no disuade. Es la temporada de muertos a la vuelta de la esquina y la incómoda pregunta: ¿quién se hará cargo de los vivos?

La crónica íntima del terror—que no citaré con nombre por seguridad—narra cómo un comando irrumpió en una vivienda, sometió a una familia con niños pequeños, los ató, los amenazó y les arrebató, más que objetos, la tranquilidad. Lo peor no fue la violencia; fue la respuesta oficial: ninguna. Veinticuatro horas después del reporte, nadie llegó. El mensaje que reciben las víctimas es brutal en su sencillez: están solas. 

La madrugada del 23 de septiembre, el fraccionamiento El Rocío vivió una incursión armada: encapuchados con armas largas sometieron a guardias y vecinos; saquearon al menos cuatro casas y se llevaron dos camionetas que luego aparecieron desmanteladas. Nadie acudió en el momento; nadie contuvo nada. El Rocío se convirtió en alerta temprana para otras zonas residenciales: La Joya, El Fresno, El Carmen y El Cristo. En todas, los chats de vecinos cuentan lo mismo: intentos de robo, patrullajes escasos, reacción tardía. La “tranquilidad” hoy es una palabra hueca en los folletos inmobiliarios.

Los números desmontan el optimismo oficial. De acuerdo con registros citados para el periodo octubre 2024–junio 2025, Atlixco acumuló 1,895 denuncias: un promedio de diez delitos diarios y un incremento de 11.07% frente a las 1,706 del año previo. Enero de 2025 por sí solo reventó la estadística con un alza de 20.2% y los meses siguientes mantuvieron un 15.6% arriba. Es una pendiente que el ayuntamiento no frena, ni explica, ni corrige.

Y como si faltaran señales, el 22 de abril un operativo federal—SSPC, Sedena y FGR—descubrió un taller clandestino de armas dentro del propio municipio: largas, cortas, componentes, logística; un ecosistema criminal operando a la vista de todos salvo de quienes debían vigilar. No fue un susto aislado: fue la prueba de la porosidad institucional.

La gestión que responde con propaganda

Frente a los hechos, el gobierno municipal ensayó un libreto viejo: informes con cifras “alegres”, una oleada tardía de patrullas y fotos de entrega de equipamiento para “reforzar la seguridad”. Pero la prevención no se maquilla con pintura automotriz. Cuando un grupo armado puede entrar, someter, robar y salir sin estorbo; cuando el auxilio nunca llega; cuando la estadística se mueve al alza por meses, la narrativa oficial se vuelve agravio.

La presidenta municipal prometió “orden y paz”. Lo real es un municipio donde los fraccionamientos viven con sirenas privadas, barricadas de WhatsApp y brigadas vecinales como primera línea de defensa. El Estado municipal, que debería ser el dique, se volvió gotera.

¿Qué debería estar pasando (y no pasa)?
1. Prevención focalizada y patrullaje inteligente: mapas de calor, turnos escalonados, rutas impredecibles, puntos de control móviles.
2. Contención y desarticulación: células mixtas con policía estatal, Guardia Nacional y ministeriales para golpear logística (bodegas, receptores, halconeo, vehículos de fuga).
3. Atención a víctimas y protocolos: tiempo-respuesta medible, seguimiento criminalístico y reparación del daño. Sin eso, la denuncia muere y el delito se recicla.
4. Transparencia radical: reportes semanales por colonia y fraccionamiento; KPI públicos (tiempo de arribo, casos judicializados, sentencias). Sin datos abiertos, no hay control ciudadano.
5. Prevención social: alumbrado, recuperación de espacios, empleo juvenil y vigilancia comunitaria profesionalizada; no “guardias” improvisados.

La inseguridad no es un accidente meteorológico; es un fracaso de gestión. La alcaldesa administra un municipio con turismo intensivo y fraccionamientos vulnerables, y aun así no levantó los diques básicos. El Rocío, La Joya, El Cristo, El Fresno y El Carmen no son anécdotas: son un patrón. El taller clandestino no es “mala suerte”: es omisión. Las cifras al alza no son un “bache”: son tendencia.

A quienes gobiernan les encanta la foto en los festivales del Día de Muertos. Esta vez, miren también a quienes regresan temprano a casa por miedo, a quienes duermen con un ojo abierto, a quienes viven con la llave en la mano aun dentro de su propia sala. El turismo necesita flores; la ciudadanía necesita repuestas.

Atlixco no pide milagros. Pide que la autoridad llegue a tiempo, a fondo y en serio. Si el ayuntamiento no puede garantizar lo elemental—que en tu casa no te amarren—, entonces no está gobernando: está administrando comunicados. Y eso, en Atlixco, ya no alcanza.


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