La poesía como territorio de libertad: reflexiones de Luis Perozo Cervantes

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El poeta, editor y gestor cultural de origen venezolano, Luis Perozo Cervantes nos entrega con La poesía y sus alrededores, un libro que es, antes que un tratado académico, una conversación apasionada sobre el arte de hacer poemas. Y digo conversación porque el texto se lee así: como si el autor estuviera sentado frente a nosotros, con esa mezcla de erudición y cercanía que caracteriza a los buenos maestros, compartiendo no solo conocimiento sino también perplejidad.

El libro desmonta con paciencia pedagógica uno de los mitos más perniciosos que rodean a la poesía, esa idea romántica del poeta como ser elegido, tocado por un don divino inaccesible para los mortales comunes. Perozo Cervantes, plantea, con razón, que la poesía es un derecho inherente a todo hablante, una capacidad innata del lenguaje que cualquiera puede ejercer. Claro está, ejercer un derecho no garantiza la excelencia —como bien sabemos quienes hemos soportado recitales interminables de versos llanos y lugares comunes—, pero al menos restituye la dignidad democrática a un arte que ha sido secuestrado por el elitismo académico y la pedantería.

Lo que distingue este ensayo de otros manuales de poética es su capacidad para transitar entre la teoría literaria rigurosa y la reflexión accesible. Perozo Cervantes dialoga con Octavio Paz, con los simbolistas franceses, con el modernismo de Rubén Darío, pero también habla del poeta que grita en la calle ofreciendo laminar cédulas, del colibrí que revolotea en el patio, de la obviedad poética que nos rodea y que casi nunca vemos. Esa tensión entre lo culto y lo cotidiano es precisamente donde reside el valor del libro.

El autor dedica páginas especialmente lúcidas a desmontar la falsa dicotomía entre forma y fondo, esa división escolar que ha esterilizado la enseñanza de la poesía durante décadas. Su propuesta —que la forma es manifestación de libertad y que el fondo contiene múltiples capas más allá del “mensaje”— resulta liberadora. Pero quizás lo más valioso sea su insistencia en que la verdadera poesía no reside en acumular metáforas rebuscadas ni en cifrar el sentido hasta volverlo hermético, sino en encontrar la palabra exacta, auténtica, la que brota de una experiencia genuina con el mundo.

Hay, en este libro, una defensa apasionada de la metáfora como idioma esencial de la poesía, pero también una advertencia contra el abuso conceptual que asfixia el poema. Perozo Cervantes nos recuerda que un verso puede morir ahogado en su propia complejidad, que la sobrecarga de subordinaciones puede sofocar el fuego poético. Es una lección que muchos poetas contemporáneos —empeñados en demostrar su ingenio intelectual— harían bien en aprender.

El capítulo dedicado a Rubén Darío y la “poesía oculta” es particularmente revelador. Frente a la obsesión vanguardista por la ruptura formal, el modernismo dariano propuso algo más sutil y quizás más revolucionario: encontrar lo extraordinario en lo ordinario, revelar la belleza que late en lo cotidiano. Esa capacidad de asombro ante una libélula, ante un amanecer o ante la mirada de un hijo es, nos dice Luis, el verdadero don del poeta; no la erudición ni la técnica impecable, sino esa sensibilidad para ver lo que otros no ven y compartirlo con palabras que trascienden su materialidad.

La poesía y sus alrededores no es un libro complaciente. Cuestiona tanto a los guardianes del canon como a los iconoclastas que creen que romper con todo es suficiente para hacer arte. Critica la poesía facilista que circula en redes sociales disfrazada de profundidad, pero también el hermetismo pretencioso que convierte el poema en un crucigrama para iniciados. Su apuesta es por una poesía consciente de su tradición, pero libre en su expresión, rigurosa en su factura, pero accesible en su intención comunicativa.

Si algo queda claro tras estas páginas es que hacer poesía es un oficio que se aprende, se practica y se perfecciona. Que requiere lecturas, conversaciones, fracasos y reescrituras. Que el hallazgo poético no llega por inspiración divina sino por trabajo sostenido y atención despierta al mundo. Luis Perozo Cervantes nos devuelve la poesía a su dimensión humana, demasiado humana, y en eso radica su mayor virtud: recordarnos que el poema no es un objeto sagrado e intocable, sino una construcción verbal que aspira a capturar —aunque sea por un instante— la complejidad de estar vivos.

 


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