A 7 años de la Transformación

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La concentración del 6 de diciembre no fue una marcha más. Fue la conmemoración viva del séptimo aniversario de la Cuarta Transformación, un momento en el que miles de personas salieron a las calles no por obligación, no por miedo y no por interés, sino por convicción. Y eso es justamente lo que tanto incomoda a quienes insisten en llamar “acarreados” a todo aquel que no piensa como ellos.

Porque decirlo es fácil; verlo, entenderlo y aceptarlo… no tanto.

Lo cierto es que en cada aniversario de la 4T se repite el mismo fenómeno: el pueblo organizado, consciente, políticamente despierto, camina hacia el Zócalo para celebrar que este país dejó atrás la resignación y comenzó a construir una nueva forma de hacer política. No es la presidencia, no es un partido, no es un líder lo que moviliza: es una idea, un sentimiento y una memoria colectiva.

Dirán lo que quieran, pero nada revela más la autenticidad de estas concentraciones que el ambiente que las rodea.
No hay tensión, no hay miedo, no hay comercios cerrados protegiéndose del vandalismo. De hecho, muchos negocios permanecen abiertos porque saben que esta es una concentración pacífica, respetuosa, familiar. No es la marcha del odio ni del enojo; es la marcha del agradecimiento, del reconocimiento, del orgullo por lo conseguido y de la esperanza por lo que sigue.

Mientras tanto, la oposición se empeña en ver violencia donde no la hay, caos donde hay organización y acarreo donde hay participación genuina. Confunden sus propias formas con las nuestras. Ellos, que solo pueden convocar con miedo, con enojo o con la eterna nostalgia del privilegio perdido, no alcanzan a comprender qué se siente caminar sin que nadie te obligue.

Nosotros sí lo sabemos.

Este 6 de diciembre, la figura de la presidenta Claudia Sheinbaum estuvo en el centro de la concentración, no por culto ni por fanatismo, sino porque el pueblo reconoce en ella continuidad, firmeza y serenidad en el rumbo. Si algo dejó claro esta movilización es que la transición entre López Obrador y Sheinbaum no fracturó al movimiento: lo fortaleció.
Hoy el liderazgo es femenino, científico, ordenado y profundamente humano.

Y quienes asistieron lo hicieron también para refrendar ese respaldo.

Pero el aniversario de la 4T no es solo una celebración del presente. Es un recordatorio de todo lo que costó llegar hasta aquí: derrotar décadas de corrupción normalizada, recuperar instituciones capturadas por intereses privados, reconstruir programas sociales que habían sido abandonados y, sobre todo, devolverle al pueblo la confianza en su propia fuerza.

Por eso esta fecha importa.
Porque, nos guste o no, México ya cambió, y el 6 de diciembre se ha convertido en símbolo de esa nueva era.

Sí, vendrán críticas. Ya llegaron.
Que si acarreados, que si despilfarro, que si propaganda.
Los mismos discursos de siempre, provenientes de quienes llevan siete años anunciando el “fin inevitable” de la 4T… y siete años viendo cómo el movimiento crece y se consolida.

La verdad es simple:
si algo mueve a la gente de este país es la dignidad, no la dádiva.

Y esa dignidad se vio, se escuchó y se sintió en cada paso rumbo al Zócalo.

La oposición podrá inventar lo que quiera para justificar su incapacidad de convocar, pero no puede negar la realidad: cuando la gente sale a celebrar una transformación, no hay acarreo que explique lo que se vio. Y cuando la gente cree en su presidenta, no hay campaña sucia que la haga retroceder.

El 6 de diciembre nos recuerda que la 4T no es un gobierno.
Es un proceso histórico hecho de millones de voluntades.
Un movimiento que camina, que se adapta, que crece y que no se detiene.

Y por más que digan, por más que inventen, por más que les duela…
el pueblo sigue siendo protagonista, no espectador.


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